¿Hasta Cuando?
Por Nohora Chandler (*)
Pareciera
que la situación de los venezolanos no tiene fin. Pasan los meses y hasta los
años y nada mejora, por el contrario, todo empeora y estamos viendo lo
inconcebible. Millones de venezolanos lo
abandonaron todo, ¡TODO! porque no pudieron resistir la crítica situación
social y económica de su país.
Como
colombiana puedo decir que esta crisis de los venezolanos también nos duele a
los colombianos, no sólo porque somos hermanos y vecinos, sino porque
socialmente nos tocó recibir el impacto de la inmigración masiva. Colombia es
la vecina a la que se va a pedir una “tacita de azúcar” en momentos de escasez.
Escuché la
historia de una mujer que se llevó a sus tres hijos y a cinco niños vecinos a
caminar por 9 horas para encontrar comida en la ciudad colombiana más cercana,
y en la noche regresó a su casa nuevamente después de caminar 18 horas en un
día, solo para tener una comida para ella y los ocho niños.
Dentro de
lo inconcebible está la imagen de un vendedor callejero tejiendo bolsas o
carteras con cientos de billetes venezolanos para venderlas, o regalarlas
porque ese dinero ya no tiene ningún valor. La inflación de Venezuela es tan
descabellada que se necesitaría trabajar un mes para comprar una aspirina.
Conseguir
comida no es un reto para muchos sino un imposible para la mayoría, por eso se
fueron. Toda Latinoamérica tiene hoy venezolanos que buscaron refugio para
sobrevivir al gran desastre que ocasionó el gobierno de Maduro.
Algunos
presidentes abrieron sus puertas incondicionalmente, les ofrecen vivienda y
alimentación, otros restringieron la llegada de venezolanos.
Hace dos
décadas Venezuela era otra, un país que vivía bien gracias a su petróleo. Los
lujos y el dinero de los venezolanos eran la envidia de sus vecinos y por ello
muchos fueron a ese país a buscar mejores oportunidades. Los colombianos
también fueron y hoy están devolviendo el favor.
Esta crisis
ha llevado a despertar la solidaridad, y la bondad de muchos colombianos que
ante la apabullante ola de personas llegando a pueblos y ciudades decidieron
abrir sus puertas para alojar y alimentar personas que estaban viviendo en la
calle.
Cuando
escucho las historias de mis compatriotas ofreciendo una mano a estas personas
sin hogar y sin trabajo, lo que hacen es retribuir el apoyo que un día ellos
ofrecieron a los colombianos.
Sin
embargo, no todo es solidaridad. La queja más frecuente en los países vecinos
es que los nuevos visitantes se ofrecen a trabajar por la mitad de un sueldo
normal y se están quedando con los pocos trabajos disponibles. Incluso han
invadido las calles con ventas ambulantes o callejeras y con ello fomentan el
caos en algunas ciudades por la incapacidad que tienen las autoridades para
controlar las ventas informales.
También los
acusan de provocar situaciones de orden público y hasta de asesinatos. En fin,
la emigración en masa trae los mismos problemas en todas partes sin importar el
nombre del país, sino pregúntenle a Francia que ha recibido y acogido a miles
de desplazados de la guerra.
La
situación da para todo, hasta para el humor. En un partido de futbol reciente
entre Colombia y Venezuela me cuentan que en muchas ciudades de mi país se
escuchaban más los gritos y celebraciones de los goles venezolanos que los de
los colombianos. En fin, roguemos a Dios para que pronto Venezuela pueda
recuperar la esperanza y todos puedan volver a su país en otras condiciones.
(*) Nohora Chandler es una periodista colombiana
que reside hace muchos años en Oklahoma.
Foto:
Síntesis