Comunión de Sangre
Por: Carlos Ortiz
Hoy 19 de abril
-día de publicación de este ejemplar- se cumplen 24 años de la explosión de la
Bomba en el edificio Federal Murrah de la Ciudad de Oklahoma donde perdieron
la vida 168 personas, entre ellas siete de ascendencia hispana.
Para
quienes vivimos por esa cantidad de años y más, esa fecha vivirá como un antes
y después de nuestras vidas de inmigrantes en Oklahoma.
A las 9 de
la mañana nos encontrábamos en los salones de clases de la Escuela Alternativa
Emerson High School. A nuestro cargo se encontraban las madres-estudiantes
cuyos bebés todos engreíamos en los salones de cuidado infantil.
También se
encontraban los estudiantes que habían sido referidos por cuestiones de
conducta y aquellos hispanos que habían llegado a Oklahoma City cuando ya se
habían iniciado las clases-
Nuestro
trabajo era constantemente supervisado por la directora Ann Allen, no por
desconfianza en el manejo educativo de los jóvenes, sino más bien por una
extraordinaria simpatía que esta educadora sentía por nuestra comunidad.
Éramos como
una familia y de ello pueden dar testimonio hoy muchos adultos que pasaron por
esas aulas.
Pero
regresando a ese fatídico día, recuerdo mucho estar en el segundo piso, dándole
frente al lado este de la calle, mirando al edificio Regency, la única
construcción mayor entre el lugar de la bomba y nuestra escuela.
Emerson
está ubicada a poco menos de tres cuadras del edificio federal Murrah, donde en
esos momentos seguramente se estaba estacionando el asesino con su carga letal.
A la 9.02
minutos de esa mañana el estallido oscureció la mañana, envolviéndola en polvo,
llanto, gritos y un poco de sangre.
Los vidrios
de las ventanas habían implosionado y muchos de ellos alcanzaron a nuestras niñas
en el rostro.
Para
entonces la desfiguración de los planos visuales durante la explosión me
recordaron todas las bombas sentidas en mi país, durante la guerra interna
contra el terrorismo de Sendero Luminoso.
Especialmente
una que explosionó a muy pocos metros de nuestra oficina en el 6to piso del Ministerio de Economía de LIma..
Esta
explosión me recordó a la otra.
“No, esto
ha sido una bomba”, le dije a una de las maestras que temía como muchos que las
líneas de gas hubiesen explotado y que pudieran seguir explotando.
Mientras
tanto la ciudad entera trataba de reaccionar ante lo desconocido y la pita se
rompió inmediatamente por el lado más débil.
Alguien
inició la volada de que habían sido terroristas islámicos y la furiosa reacción
de algunos no se hizo esperar. Hasta hoy resuenan en mis oídos las noticias de
que en algunos lugares se había intentado atacar a gente y familias con apariencia de ser procedentes del Oriente Medio.
Con la
detención de Timothy McVeigh la serenidad llegó y el largo proceso de curar las
heridas comenzó
En lo
personal escribí muchos artículos y comenté para radio y televisión de muchos
países de Latinoamérica y en mucho de ellos me referí a la presencia Hispana
como la Comunión de Sangre de nuestra comunidad, con la que adquirimos
ciudadanía completa en nuestra nueva tierra.
Los
hispanos no solamente se contaron entre los muertos, entre los que recuerda con
mucho cariño al Pastor Gilberto Martínez quien falleció junto a Emilio Tapia,
un inmigrante al que había acompañado esa fatídica mañana a sacar su tarjeta
del Seguro Social, que entonces atendía en el edificio Murrah.
Allí
también falleció Zachary Taylor Chávez, un niño de la familia Hernández,
propietarios de la famosa Cas Hernández, una de las primeras tiendas hispanas
de la Ciudad.
También
estuvimos entre quienes contamos la historia al mundo, entre los que ayudaron
con el rescate y la remoción de los escombros. Entre quienes con los años
reconstruyeron una nueva Oklahoma.
A todos
ellos mi sentido homenaje, como Testigo de la Barbarie, el titular de mi
informe para la revista Caretas de Lima Perú, en Abril de 1995.